Sobre la importancia del bien nombrar

Mar, 10/12/2019 - 10:40
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Articulo de opinión de Rafael García Quesada

Damos difusión al artículo de opinión de Rafael García Quesada, Arquitecto y Subdirector de Grado en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura,  que aparece publicado en la edición impresa del rotativo IDEAL en el día 10 de diciembre de 2019.

Imagínese que mañana, en una operación a corazón abierto, dentro del equipo médico y como encargado de anestesia figurase “desensibilizador” en vez de “anestesista”. Un hipnotizador podría encajar perfectamente en ese perfil y tener la misión de evitar que usted, digámoslo de un modo prosaico, viera lo más profundo de su corazón. Menudo panorama. Imagínese en un quirófano, ante la posibilidad de verse des-sensibilizado por un péndulo y un “mire usted fijamente”… Como para emular algún western y pedir a gritos, el whisky, el trapo para morder… ¡y el martillazo! 

Rafael García Quesada, Arquitecto y Subdirector ETSAGQué importante es nombrar bien. En Granada, cuando se obtiene licencia de obras, sea de edificación o urbanización, es obligatorio colocar un cartel homologado donde figuren, entre otros, dirección de obra, dirección de ejecución, coordinación de seguridad y salud… y “proyectista”. Menudo palabro. Este último término es compartido por ciudades como Zaragoza o Palma de Mallorca, mientras que en otras se denomina técnico director (Teruel), proyecto (Segovia) o autores del proyecto (Madrid). Lo que hace años era descrito como arquitecto (en Granada era así antes del 28 de mayo de 2018), ahora ha “evolucionado” en la gran mayoría de municipios hacia uno de los atributos de la profesión. O involucionado.

Hace ya más de tres mil años que el pueblo hebreo entendía que el nombre de una persona representaba su verdad más profunda. Nombrar era también dominar. Valor mantenido cinco siglos más tarde por el pueblo griego quien dará importancia a la forma representativa de la palabra inteligible (logos). Valor constante también en otras culturas a lo largo de la historia alejadas de lo grecolatino, como es la maya o la japonesa. Valores muy perdidos en la actualidad. Tiene gracia que, desde los nominalismos de la Edad Media hasta ahora, buscando el sentido del nombre hayamos perdido su valor… que la noble ambición de la modernidad se haya asfixiado en las excesivas formas de la posmodernidad.

ἀρχι-τέκτων es un término griego que significa el primero, archi (como principio, ἀρχή, o guía) de los técton (τέκτω). Define a quien aplica con maestría la tekné que en aquella época aglutinaba a lo que hoy son varias ingenierías, inventores de artefactos (molinos de agua, conducciones, instrumental de alfarería o herrería) y unía a otros oficios como carpinteros, canteros, forjadores, obreros, albañiles, orfebres, maestros de obras… Todos eran tekton. Ser el primero de los tekton no era, pues, ser el mejor de ellos ni el más importante. La prerrogativa era, y sigue siendo, de dominio de la técnica constructiva y de servicio; es ἀρχή como principio y guía.

La capacidad de proyectar es una de las atribuciones de la arquitectura (exclusiva en muchos campos), pero también de cualquier otra disciplina donde haya producción humana, diseño o fabricación. El pro-yecto existe en la composición de una sinfonía, pero también en el diseño de la escapada de un fin de semana. Entonces, ¿por qué rebajar el ser a una de sus atribuciones? ¿Será que parte de los proto-tekton, poli-tekton o peri-teckton quieren obtener atribuciones que no le son propias y que no necesitan para seguir estando entre los mejores del mundo? Claro. ¿Será que hemos perdido el nombre de la verdad? También. ¿Será que hay unos rudimentos más profundos que han hecho que interese quitarle el valor a muchas titulaciones mucho más allá de una pueril, o cerril, lucha de competencias? Así es.

Urge recuperar el nombre de “arquitecto”. Ahora, para serlo, hay que obtener dos titulaciones: “Grado en Estudios de Arquitectura” (“Grado en Fundamentos de Arquitectura” en Sevilla o Madrid, entre otras) y “Máster en Arquitectura”. Toma castaña. La arquitectura en España no va a perder fácilmente su altísima calidad constructiva y técnica a nivel mundial, pero debe preservarla urgentemente… y estas devaluaciones del nombre y la verdad de la profesión, no ayudan. La pena es que no todos vemos esta urgencia. Si a un arquitecto se le llamase “Graduado en aproximaciones tangenciales al hecho arquitectónico con Máster del universo arquitectónica”, habría quien se quedase tan pancho. Epitecton.

La cuestión del mal nombrar es una cuestión global. Hoy en día, los ingenieros de caminos no se llaman ingenieros de caminos, son graduados en ingeniería civil y máster en ingeniería de caminos; los ingenieros informáticos son titulados en grado en ingeniería informática y máster profesional en ingeniería informática; los ingenieros de telecomunicaciones se llaman graduados en ingeniería de tecnologías de telecomunicación y máster universitario en ingeniería de telecomunicación; los directores de ejecución o aparejadores, son graduados en edificación; también en los títulos de los médicos no figura ya esta profesión ancestral y leemos graduado en medicina. Y así en toda España. Una vergüenza.

Si usted mañana necesita los servicios de cualquier profesional seguro que sabe cómo se llama lo que necesita. Este profesional que busca muy probablemente tenga una de las mejores formaciones de la historia, pero también puede ser que lleve como una pesada carga un nombre que no corresponde a su verdad, amalgama de una política académica europea huera y vacía, de unos réditos económicos propios de un sistema obsoleto y sobre todo de una gran dosis de estupidez ilustrada.

¡Qué urgente es nombrar bien! Si no nombramos con verdad puede ser que dentro de unos años involucionemos aún más y los anestesistas se llamen desensibilizadores; los escritores, cuentistas; los farmacéuticos, químicos técnicos; los psicólogos, acompañantes internos; los taxistas, conductores; los conductores, peripatéticos; y los peripatéticos, académicos.

 

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